LA ESCRITURA COMO ACTO DE ENTREGA Y DIÁLOGO PERSONAL
Por Mabel Coronel Cuenca
No hace mucho tiempo, una persona allegada a mi hogar me cuestionó por qué "pierdo mi tiempo" leyendo a los autores o, peor aún, escribiendo. En un instante de claridad, pude responder sencillamente que el hecho de escribir es un acto de entrega. El escritor o escritora decide dejar de lado por un instante su egoísmo y opta por compartir con los demás. Escribir es un acto profundamente generoso, donde el alma se desnuda y se ofrece al lector con una sinceridad que trasciende las palabras.
Cada persona que escribe, ya sea literato, poeta o filósofo, no lo hace pensando en reconocimiento ni gloria. Escribe simplemente para comunicarse con los demás, para establecer un diálogo personal en busca de entender y hacerse entender. A través de cada línea, el autor invita a cada lector a adentrarse en su mundo, ofreciendo una intimidad única. Esa intimidad que el lector accede es lo que cada autor permite ver de su propio yo. La escritura se convierte en un puente que une almas, un diálogo silencioso pero profundamente resonante.
¿Pérdida de tiempo? Jamás. Muy por el contrario, es ganar tiempo y perdurar en el tiempo. Somos tan pasajeros en este mundo; todo pasa, los momentos tristes, los momentos felices, los momentos de fortuna e infortunio... son sólo eso, momentos. Sin embargo, los libros y las ideas plasmadas en ellos perduran. Son capaces de atravesar generaciones y de renovarse constantemente con los nuevos pensamientos. En un mundo donde todo es efímero, las palabras escritas tienen el poder de inmortalizar pensamientos, emociones y experiencias.
Escribir no es sólo un acto de comunicación, sino también un medio para perpetuar nuestra existencia. En un mundo donde todo es efímero, las palabras escritas tienen el poder de inmortalizar pensamientos, emociones y experiencias. La escritura, entonces, se convierte en un legado, en una herencia cultural y emocional que trasciende el tiempo y las fronteras. Los libros son testigos mudos de las pasiones humanas, de nuestros sueños y pesadillas, de nuestras esperanzas y desilusiones. En ellos, cada generación puede encontrar un reflejo de sí misma, una guía y un consuelo.
Por eso, escribir es mucho más que una actividad creativa. Es una necesidad humana de compartir y conectar, de dejar una huella indeleble en el vasto lienzo de la existencia humana. Y en este acto de entrega, encontramos una de las formas más puras y genuinas de trascendencia. La escritura nos permite dialogar con el futuro, con aquellos que aún no han nacido pero que, algún día, leerán nuestras palabras y encontrarán en ellas un eco de su propia humanidad.
Escribir es, en última instancia, un acto de amor. Amor por la verdad, por la belleza, por la humanidad. Es una forma de decir: "Aquí estuve, esto sentí, esto pensé". Es una forma de trascender nuestra mortalidad y de afirmar que, aunque seamos efímeros, nuestras ideas, nuestras emociones, nuestro ser más profundo puede perdurar y seguir iluminando el camino de otros.
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